Rosario, 11 de Noviembre de 2010.
Hugo, ¡querido Hugo!:
No quisiera que sus cartas queden en el inventario de las letras no enviadas. Es por esto que hoy me veo en la obligación de trascribir, seguidamente y fechados, dos segmentos epistolares que le hablan a usted. Me preguntaba, mientras le escribo éste que viene primero pero es posterior, si sucederá alguna vez que uno se cansa -de uno- y termina echando todo ese cúmulo de cartas al buzón. ¿Se imagina usted, después de 25 años, recibir una mañana, ocho, trece,¡veinticinco! cartas?
Le confieso algo… basta con pensar que no debo importunarlo con mis salidas para que los dedos se resbalen por el teclado y abran un signo de interrogación. Sepa disculparme, ¡no sabe cuán difícil se me hace no conversar con usted sobre estos asuntos de las comunicaciones! A propósito… ¡cómo se extraña su voz! ¿Me cree si le digo que ni los estruendos de las bombas logran tapar el ruido de su ausencia?
¡Ay, mi estimado Hugo! No estaba en mis planes hablarle de estas cosas, pero usted me hace estremecer cuando me cuenta que espera la visita del delegado de la Comisión de Comunicaciones. ¡Estos tiempos de guerra traen la peste misma! Créame que la “telegrafía sin hilos” se ha vuelto para mí la peor de mis pesadillas. Tengo la espantosa impresión de que poco a poco se irá deshaciendo el trazado de las calles si usted no vuelve a pedalearlas con sus ojos y sus avisos. Le pediría, por favor, que en su próxima carta no olvide de contarme como sigue ese torcido asunto.
Antes de despedirme, le copio esta otra carta que quedó inconclusa no sé bien por qué causas. Pensé en escribir “que quedó inmatura”, pero la verdad es que lo prefiero del otro modo. Aquí le va…
Rosario, 27 de Octubre de 2010.
Querido Hugo,
Hoy me levanté preocupada. Para ser más gráfica, le diría como con una servilleta en la nuez. No quisiera hablarle de la mañana, fue tan… ¡tan terrosa! Por fortuna, me restaba empanar unas berenjenas y lavar algún que otro trapo. Para que se dé una idea: eso, y el arribo de sus letras la llenaron de color.
Un paréntesis: quienes me conocen, en esta parte de la carta, empezarían a pensar “¡qué exagerada es!” Bueno, dejo que lo piensen… dejo que lo piensen y no me distraigo. Después de todo, les está permitido. Pero preferiría que sea en voz baja; para que no lo fastidien también a usted y para que no nos dispersen.
Quería describirle la extraña sensación que se generó con la noticia de su bicicleta. Por un lado, sentí pena. Por otro, un alivio inmenso. ¡Qué contento me dio saber que estando su bici despedazada no andaría usted por ahí censando gente! ¡Qué insensatez! ¿A quién se le ocurre hacer semejante relevo en tiempos donde las noticias de baja corren a la velocidad del tiempo? Al respecto, le cuento, que hoy bajé y les hablé de mi recinto: que tiro la cadena, que me caliento con gas, que duermo conmigo. ¡No se asuste, por favor! ¡No se asuste! Dije poco, bien poco, y además… usted ya sabe que yo sé mentir: - “Teléfono fijo, claro que tengo, caballero” A Susana, a ustedes, a Tarcisio y a la fulana ni los nombré. ¿Sabe si a Fanucci le tocó censar? Lo vi entrar a la peluquería y Susana lo atendió, como si no tuviera reglas la casa, sin respetar el orden de llegada. Los que esperábamos vimos como le retiró las vendas después de preguntarle qué cosa se iba a hacer. En el fondo, Fanucci me resulta un hombre triste, de esos que una mañana se echan a volar y no saben luego como aterrizar en el sitio que lo vio partir.
(…)
Aquí algo sucedió que yo no recuerdo, o no quiero recordar. Ahora sí, con la ilusión de que mis letras lleguen pronto, me despido dejando un abrazo. Extienda sus brazos, querido Hugo, y presurosamente sentirá mi arribo.
Cariños, Vilma.
Pd. Recuerde saludar a Marta de mi parte. ¿Sabe qué? Puede que Marta sea una mujer feroz pero… ¿acaso, con los pies metidos en la palangana (con agua tibia y sal) no le pide también usted que lo ame detrás de un vidrio? Siga cuidando sus pies, y deje que Marta beba la sopa de sus labios y lo perfume con apio, cebollas, ajo, zanahorias, papas y pan.