domingo, 29 de mayo de 2011

Roma


11-05-11  
           (once de mayo.)
Querido Hugo,


         Anoche soñé con usted. No sabría decirle si esto tiene alguna relación con la noticia de la inminente destrucción de Roma. Sospecho que sí, pero… no sé. Me confundo. Lo veía venir, así como siempre, con la boca llena de albor y los ojos empachados de viento. Dejaba su bicicleta para recoger un botón y las cartas que se le caían se desagraviaban en un gran charco. “-¡Buen día! -¡Buen día!” lo oí decir mientras miraba los contornos azules y rojos de los sobres. ¿Cuánto pesa el peso de las palabras?, mi querido Hugo. ¿Y sabe usted cuántas flores se han estampillado hasta el día de la fecha? De seguro las conoce a todas. ¿No es cierto? No me deje sin una lista que las enumere. Es un favor, y se lo estoy pidiendo.

         Otra cosa que le pido es que, por hoy y solo por hoy, acordone la ilusión. No se haga a la idea de que ésta será una carta profusa. No lo haga, se lo pido. Estas letras sueltan los restos de un sueño –apenas eso- y toda la humedad de esta noche que es rosa de tanto decir. 
 
        Con pececitos de birome en las manos, y las pantuflas más deslustradas del centro de esta ciudad, lo abrazo fuerte y dejo para Toronja una cucharadita de miel.

lunes, 16 de mayo de 2011

Pteropsidas, clasificaciones e ideas absurdas.



Los helechos que nacen en las 
                                                                                      paredes me recuerdan 
                                                                                      a mi madre
                                                                                                            A las madres
                                                                                                            perdón.

viernes, 13 de mayo de 2011



A los ruidos de “cosa accidentada” le siguió el piano de “La canción de todo va mal”. Afuera demuelen la casa de enfrente, pero todavía no lo sé. Alguna vez, allí, yo jugué un sueño. No recuerdo las facciones del encargado, pero sí el reflejo impávido de los azulejos de la casa de arriba, el balcón, la baranda y el aire enamorado de los que de allí salían creyendo.

[ “Va a llover” ]  Decido no cargar el mueble por la dudas de no sé qué.

Pronto estoy bajando: ¿habrá algún otro palo borracho que haya descendido nueve pisos en ascensor?

[ “De suerte que entramos” ] De suerte me decidí.  La tristeza de dejar ir palos borrachos es una tristeza de lo más extraña. 
 
Mi vecino también se fue y se llevó su bicicleta. El pasillo -de pronto- parece una extensión desolada. En un viernes trece, ni siquiera las agencias de lotería tienen suerte.

[ “¿Lloverá? ” ] Ojalá hoy salga mi número.