11-05-11
(once de mayo.)
Querido Hugo,
Anoche soñé con usted. No sabría decirle si esto tiene alguna relación con la noticia de la inminente destrucción de Roma. Sospecho que sí, pero… no sé. Me confundo. Lo veía venir, así como siempre, con la boca llena de albor y los ojos empachados de viento. Dejaba su bicicleta para recoger un botón y las cartas que se le caían se desagraviaban en un gran charco. “-¡Buen día! -¡Buen día!” lo oí decir mientras miraba los contornos azules y rojos de los sobres. ¿Cuánto pesa el peso de las palabras?, mi querido Hugo. ¿Y sabe usted cuántas flores se han estampillado hasta el día de la fecha? De seguro las conoce a todas. ¿No es cierto? No me deje sin una lista que las enumere. Es un favor, y se lo estoy pidiendo.
Otra cosa que le pido es que, por hoy y solo por hoy, acordone la ilusión. No se haga a la idea de que ésta será una carta profusa. No lo haga, se lo pido. Estas letras sueltan los restos de un sueño –apenas eso- y toda la humedad de esta noche que es rosa de tanto decir.
Con pececitos de birome en las manos, y las pantuflas más deslustradas del centro de esta ciudad, lo abrazo fuerte y dejo para Toronja una cucharadita de miel.