miércoles, 23 de febrero de 2011

PRESENTACIÓN

Haber nacido en un pueblo y volver de vez en vez… De las “escapadas” del dos-mil-once resultó esta serie que, alguna vez, me gustaría titular: 


Son tres. Uno para cada día hábil que le resta a la semana.


I. CREPUSCULAR Y NOCTURNA.



Cuando salió -me cuenta- una lechuza le quedó enredada en el ala del fumigador. La paseó como veinte kilómetros antes de verle el centro amarillo de los ojos. Tenía un ala partida. En su destino decidió matarla para que no sufriera tanto: ¡“pobre-bicho”! Uno menos que caza volando sobre el descampado.









II. ELLA TAMBIÉN.

Esa semana supe que “la-mari” se está muriendo. Ella recuerda que Miguel le daba ánimos. Me cuenta que los días previos a la internación, mientras ella hacía alguna que otra “pavadita”, la encontraba a la-mari (“pobrecita”) sentada en la cochera y le decía que se quedaba “ahí” porque estaba todo “limpito” y corría lindo “airecito”.
Ahí donde su marido guardaba el-erre-doce, ella atesora una veintena de plantas que da gusto mirar. Siempre le gustaron las plantas, pero ahora está cansada. Esa es la muletilla que repite para evitar que se nos ocurra regalarle alguna más.
La última vez que la vi, Mari le fue a pedir un “pisa-papas” que se llevó sabiendo que no le serviría. La condición era que lo traiga antes de las 12 porque ella lo iba a necesitar. Las tres sabíamos que eso era una mentira, pero Mari cumplió. Cuando lo trajo no quiso tomar el te, pero se sentó para contarnos que la soja se le pasaba por los surcos de alambre y que entonces apenas si le sirvió. “¡Acá está fresquito!”, le dice. Y hablamos del pisa-papas que es raro y también de su hijo que está enfermo pero es-bueno. A mí me dirigió algunas preguntas y se alegró de saber que trabajaba y de verme tan-bien.
Mi abuela lleva viviendo setenta y seis años en el siglo pasado y los que corresponden al presente. Suena el teléfono. Dice que le habla Miguel, y me hace ver, pero sabe que no. Antes el teléfono no se leía. Las letras, ahora, le recrean un instante fugaz de falsa ilusión. Ella ya sabe: es su primer nieto que le avisa que ya llegó de las vacaciones. Pobrecito-Miguel, piensa en voz alta, antes de atender.





III. DEMASIADO GATO ENCERRADO.

Ella dice que escucha a un gato que grita: “seguramente quedó alguno dentro de la casa”. Otros, afuera, se acercan por cortesía. Contamos tres, aunque en la quinta se escucha un rumor de recién-venidos.
El clima es de paz. La perra se ha ido y el número de gatos avanza en escala regresiva. Hay rastros de perros corpulentos y la comida ahora es una exageración. El día anterior, por la ruta, los vi. Eran tres, entre ellos, la-negrita: “Vino de la ruta y a la ruta volvió. Como se fue, si quiere, puede volver... ¡sabe, sí!” Mi abuelo, igual, pretende buscarla y me mira de reojo para saber si cuenta con mi tiempo. Mi abuela no quiere más perros en su-casa. Me hace reir, piensa que pese a estar quirúrgicamente impedida, la perra a lo mejor se calienta y tiene la ilusión de “cogger”. Piensa. Piensa y lo dice.

Me acerco a la puerta. Adentro berrea un león. Lo descubro detrás de unos viejos cajones, es una manchita anaranjada que apenas dobla la altura del zócalo. Esquía en dirección contraria a la luz. No se equivoca. Para mi sorpresa, ha decidido no salir.

Otro día ella me llama para contarme que “al-lito” le mataron los dos perros y las gallinas. Y que seguro fueron esos perros, que él no tiene consuelo y que al día siguiente, cuando llegó al campo, lo recibieron ocho y como en la escopeta tenía solo un tiro, sólo uno pudo matar. Pero esta noche “el-lito” se va a tomar revancha. Escondió un anzuelo de unos diez-centímetros en una de las patas de los pollos que le mataron. Tiene la ilusión de todo pescador -que no es: agarrar la presa más grande para poder contarlo.